lunes, 20 de abril de 2009

En Busca De La Furia Perdida

Y sí, como vuelven todos, vuelvo yo, de a poquito a la blogósfera como escuché decir alguna vez. Desde mi último posteo hasta hoy han sucedido un montón de cosas inexplicables, cuestionables y algunas que no deberían volver a suceder. Puesto que este blog ahonda mucho en la catarsis de este YO que tengo adentro mío, no me interesa en lo más mínimo que vos tengas que leer mis crisis, pero en fin, eso lo dejamos para otro momento. Probablemente ya no queden lectores de este espacio(¿Alguna vez lo hubo?) pero ocasionalmente se aparece alguno/a y bueno, vamo' a darle el gusto nomás.
Hoy arranco con una historia que escribí hace un tiempo entre cafeína y desvelos, entre Joy Division y The Cure, que combo eh!
Creo que tiene un par de errores gramaticales debido al sueño y a los dolores de cabeza qu eme aquejaban pero sepan disculpar, lo voy a mandar en borrador y sin revisión, como se debería hacer...
Amor Y Libertad
Hacía dos días que había pisado el suelo argentino luego de siete años en Francia exiliado del horror que aquí se cometía. Con 26 años, anarquista por fundamentos, idealista por naturaleza, había escapado luego de la desintegración de su agrupación que terminó con varios compañeros suyos asesinados y otros tantos desaparecidos. Por obligación de sus padres tuvo que escapar por la puerta de atrás para poder salvarse, aunque tenía grandes deseos de quedarse luchando y reivindicando la memoria de sus amigos caídos. Al tipo se le notaba una mirada veterana que no le correspondía con su juventud, una mirada que tenían varios de su generación que para el año 83 no era nada fuera de lo común. ¿Dolía? Claro que sí, el irse injustamente y alejarse de su familia, de todo lo que tenía era tan triste como las despedidas sin respuesta del otro lado. El recibimiento en su casa de San Miguel fue más grande que todos los felices cumpleaños del mundo; la sonrisa del padre, las lágrimas de la madre, el sol pegando en lo hoyuelos de la alegría de su hermano mayor y la sorpresa de su sobrino que no lo conocía. También se hicieron presentes viejos amigos de esa infancia que transcurría entre árboles y calles de tierra, con la pelota de fútbol entre las piernas y las rodillas lastimadas de tanto jugar. No eran muchos los que recibieron al héroe anónimo de la cuadra, pero la algarabía era tal que en la cuadra todos se enteraron de la cuestión.
Parecía que estaban todos, que no faltaba ninguno pero dos días después, su humanidad circulaba por la calle cuando se la cruzó. Ella no había estado en el regreso pero sí en la despedida, una despedida que parecía ser eterna, la cuál no iba tener vuelta atrás. Era la novia que supo tener durante cuatro años, la de la adolescencia, la de los primeros pasos, con la que conoció todas las experiencias posibles del sentir, la que en la pubertad lo ayudó a crecer, o quizá fue algo mutuo. No había manera de describir lo que ella le generaba o lo que representaba en su vida y tampoco había manera de decir con palabras, lo que él para ella, claramente era recíproco. El corazón se le detuvo y el aliento se lo tragó mientras sus ojos se abrieron de manera sorprendente, todas sus razones no tenían más sentido y los pensamientos se fueron corriendo atrás del sentimiento. Sí, ahí estaba caminando ella, con su pelo castaño y sus ojos claros, por la misma plaza de hace ocho años, con ese andar tan femenino y esa sonrisa pintada para siempre en su rostro, que ni la más rancia dictadura ni el autoritario más retrógrado le pudo robar. Llevaba entre sus brazos dos libros y trataba de cubrirse lo más posible con su bufanda, ya que el frío otoñal no daba respiro y las temperaturas eran bajísimas. Ella no lo vio por más que su andar era tranquilo y sin apuro, calmo como las aguas de las lagunas. Fue entonces que él, pasada la conmoción, corrió a buscarla y tocarle el hombro izquierdo. Le dijo su nombre y ella se dio vuelta y entonces tampoco lo pudo creer. Se llevó las manos a la boca e instantáneamente una bocanada de aire se suscitó. Fue entonces que derramó una lágrima cuando lo vio completo, de pies a cabeza, hecho un hombre, hecho un verdadero adulto. No sabía nada de su regreso y jamás se lo había imaginado. Hacía años que no tenían contacto, cinco años más precisamente, cuando ella también tuvo que escapar pero con destino a Estados Unidos junto a su hermana. Antes de eso, las cartas que iban de San Miguel a París eran constantes e inolvidables, llenas de relatos, para saber qué pasaba en un lugar y en otro, para que ella le cuente las penurias de millones de argentinos, esas que se ocultaban, las verdades que nadie decía ni se proponían hacerlo. Todos los registros posteriores se borraron e impidieron que las cartas vayan desde California a París y viceversa. Se abrazaron y se miraron detenidamente a la cara durante un minuto sin decir ni una sola palabra con lo que dio paso a la trillada pregunta de “¿Cómo estás?”, algo así como un insulto a la emotividad del asunto. Ella le respondió tranquilamente que bien, tratando de disimular esa lagrimita que se le había deslizado, y que andaba paseando por la plaza, por el centro, que no estaba haciendo nada y que se iba a sentar a leer un rato mientras fumaba un cigarrillo. Él le devolvió la respuesta con una casi idéntica y como sabían que este reencuentro no podía terminar de una manera tan burda, él le propuso ir a tomar un café al bar de siempre, el que cobijaba sus sueños de amor y libertad, de liberación y acción. Gustosa le dijo que sí y allí fueron, rumbo a la otra esquina donde se encontraba igual que siempre ese lugar ya mágico para ambos. Se sentaron frente a la ventana mientras veían como la lluvia empezaba a dar sus primeros pasos en la tarde de Buenos Aires. Pidieron dos cafés y así empezaron a desempolvar viejas historias, a ponerse al día con sus vidas. Pasaron por esas historias de parejas en el exterior que obviamente no podían igualar su unión, amigos que se dejaron allá, trabajos, estudios, experiencias, la militancia y la situación actual de cada país por el que circularon.
Corrían las horas y ya la lluvia era torrencial y la noche empezaba a pedir permiso, llevaban cinco horas hablando, mirándose a la cara, pensando, pero sin decir palabra alguna, que esa noche algo tenía que suceder, que las cosas evidentemente habían quedado suspendidas en el tiempo pero nunca habían sido enterradas, por más que las distancias les hayan prohibido verse, nadie tenía más claro que ellos que las ideas no se pueden matar y las del amor tienden a ser las más fuertes. Con la noche ya presente y el cenicero repleto de colillas, él pagó la cuenta y sin más, la invitó a comer a su casa, donde iban a poder estar solos, ya que sus padres se habían ido por el día. Gustosa aceptó la propuesta y los dos se levantaron y se fueron caminando despacito por la vereda dónde se podían cubrir de la insolente lluvia. A las 15 cuadras, estaban parados de vuelta, como hacía muchos años, en la puerta de su casa y sin más preámbulos él le arrancó un beso de la boca al cuál ella no se pudo negar y así comenzó un largo ritual de abrazos y besos contundentes que se paseó por toda la casa, hasta llegar al segundo piso, a la puerta del cuarto de él, donde se despojaron fervorosamente de sus ropas para hacer el amor hasta el hastío, aunque parecía que ese momento nunca llegaría. Asimismo, de fondo sonaba The Cure y Joy Division, además de la botella de whisky ya vacía. Transcurrieron ocho horas así, entre sexo, alcohol y lágrimas de alegría, casi como el poema más escrito sobre el amor. Se olvidaron de las penurias, de las decepciones, de los llantos, de las depresiones y de todo lo que alguna vez los pudo lastimar. Era hoy el momento, pero para ellos era un Para Siempre, tanto que si los encontraban ahí y los asesinaban (Un temor que todavía tenían metido en el inconsciente) no les iba a importar más nada, quizá hasta hubiese sido hermosamente tranquilo, irse con ese final, como cuando una canción alcanza su estado puro de emoción. Todo estuvo concentrado en esa habitación, en esa cama, entre esas sábanas, cómo tenía que ser. ¿Si lo van a olvidar? No, no lo creo jamás, esto no lo olvida ni el ser más inhumano. No hubo reparos de ninguna clase y todo volvió a la normalidad, salteándose siete años y nada más. Fue así que casi como una analogía del amor y la libertad, que tanto añoraban en sus primeros años de juventud, ver que con el regreso de la libertad también lo hacía el amor, ese amor que en realidad nunca se había ido pero juraría que esta vez regresó para quedarse.

“Y es que te juro que desde que volví a pisar esta tierra, volví a sonreír solo para encontrarte”
Sonó en la publicación: Transmission-Joy Division
Lovesong-The Cure
Innocent-Buzzcocks